Un día en el ZOO de Barcelona o el salvaje agotamiento por lo caótico
Para empezar, cola de una hora y media para adquirir las entradas. 3 grandes filas con papis, abuelos y niños, muchos niños, bajo un solcito que no quemaba, pero hacía la espera más molesta y cansadora. Según informaron, al cabo de media hora de suspiros, soplidos y «quedate quieto, por favor»… la causa era que la gran mayoría pagaba con tarjeta de crédito y había un problema con telefónica que impedía la comunicación con las entidades bancarias…
Intentamos adquirir las entradas mediante internet, haciendo uso de nuestros dispositivos móviles, pero al consultar nos dicen que deberíamos pasar posteriormente por taquilla para que nos suministraran los billetes en papel…
Delante nuestro, una feminista hacía uso de sus bien plantados pantalones, para vapulear a su quejoso marido (parecía) que no soportaba la espera. Que «ya está bien», que «me tienes aburrida con tus quejas», que «cuando salimos en familia siempre lo mismo», que «para eso mejor te quedas en casa y vengo yo sola con el niño», que… mujer más «machista» por favor… detrás, una abuela con 3 nietos que daban rienda suelta a su mal interpretado papel de niños traviesos… era un burdo y mal disimulado «vamos a fastidiar a la abuela»… seguro que ella no estaba allí por decisión propia, pero es una opinión irrelevante. Más allá, a un lado y otro, niños correteando, saltando, revolcándose por el suelo (aburridos y cansados) con los papis y abuelos intentando controlar la situación como mejor podían.
3 expendedoras de entradas tras los cristales y una persona con un TPV fuera, para ir pasando las tarjetas conforme le tocaba el turno a cada uno… Nosotros pagamos en efectivo, en un intento de saltarnos ese paso y DESPUÉS DE 5 MINUTOS de gestión (?!) le entregamos los pases a un portero que pasaba una a una las entradas por un receptor electrónico portátil, mientras los 3 molinetes automáticos, permanecían fuera de servicio…
Ya por entonces, habíamos asumido que la gestión del Zoo es responsabilidad del Ajuntament de Barcelona, o sea, responsables políticos, lo cual significa que no deberíamos esperar otra cosa que caos.
Una vez dentro, intentamos seguir la ruta completa, esa que los impresos anuncian como para «no perderte nada en un recorrido de 5 horas, incluyendo comida»… Patético. El tema comida es indignante. Un gran restaurante con todas las mesas dispuestas, cerrado. Un trabajador del Zoo después de intentar abrir la puerta y mirar al interior con la cara pegada al cristal, le dice a los que intentaban entrar que no sabía porqué… había que ir a uno de los 3 chiringuitos (no cuento los de chucherias o sólo bebidas) dispersados por el recinto. ¡Otra hora y media de cola! para comer unos bocadillos con patatas fritas…»la mayonesa hay que pagarla aparte Sr., son 0,60 €»… Cola para pedir y después de pagar, cola para recoger pedido… 1 persona en caja, 2 personas entregando, 3 personas preparando… los Sres. del Ajuntament ¿han probado el servicio?… perdón, es un divague lo sé, disculpar la ingenuidad… Total, que cuando finalmente nos sentamos a comer (sí, lo reconozco, a pesar de todo, nos pudimos sentar) compruebo que la dichosa mayonesa es mostaza, me cag…!
Nuestra visita tenía el mayor punto de interés en presenciar el show de los delfines. El resto era parte del programa sí, pero complementario. Hay 3 diarios, uno por la mañana, otro al mediodía y el último a media tarde. Pues bien, no levantamos de comer y cuando no dirigíamos hacia allí anuncian por megafonía: «Le informamos a los señores visitantes que el aforo para presenciar el show de los delfines está completo…»
«Avi, tinc pipí»… «vale cariño, la iaia te lleva», que el avi va gritar cuatro cosas contra un rincón apartado…
Y los animales? Los animales aparentan estar tan hastiados con su situación que pasan de todo. Se les ve tristes y apagados, dejando pasar el tiempo, resignados a su suerte. Excepto un hipopótamo que parecía adiestrado. Con su pareja, caminaban uno detrás del otro, giraban 180º en un alarde de maniobrabilidad que causarían la envidia a cualquier todoterreno y cuando le pareció que ya nos habíamos reunido suficiente número de visitantes, se metió en la piscina y abrió la boca cuanto le era posible para la admiración del respetable. No voy a decir que valió para olvidar mi disgusto general, pero lo alivió.
Y la nieta? Fenomenal; ella disfrutó enormemente de su primer visita al Zoo. Después le contaría a los papis que vio «cuatre leons, 1 tigre, un monkey gran que portaba un bebé en brasuss… 2 hipopotam y uno que se metía dins de la piscina… y 1, 2 y 3 Jirafas, que se querían ir a momí y no podían porque hi había molta gent y se asustaban… y que vio a Eli, pero no era de color rosa, era gris, porque el color rosa se lo habían quitado els Flamencos… y que també havien gats, y molts pavos reals y moltes palomes…»
Cuando por megafonía anunciaban que «el Zoo cerrará sus puertas dentro de 10 minutos», ibamos en busca de la salida.
«Aví…»
– qué cariño..
«Vui al coll…» quería que la llevara sobre los hombros
– ven… a la una… a las dos… y…a…las…treees
y nos fuímos en dirección al parquing
«Avi..»
-que cariño…
«Vui al zoo«…