Homenajeando a Alan Turing Google nos invita a pensar
Mirando el jardín (terreno con grandes desniveles, montones de piedras y una hierba que brilla mucho… por su ausencia) me dio por pensar sobre cuánto se incrementará el recibo del agua con toda la que entró en la piscina. Así que me puse a descifrar una factura de esas que llegan indefectiblemente cada tres meses y entre que los números me parecen caracteres chinos (lo mío son las letras y preferentemente las vocales) y los desgloces son como exámenes para ingenieros, decidí consultarlo a Google, que siempre lo sabe todo y me encontré el doodle con el que hoy rinden homenaje (¡que casualidad tan oportuna!) a Alan Turing, el padre de la Inteligencia Artificial y las computadoras.
Mi inteligencia es tan artificial como superficial así que tuve que pedir ayuda para saber cómo usar el doodle de Alan Turing y en esas también me entero que siendo el matemático que venció a los nazis, fue un niño prodigio que aprendió a leer solo y a los 6 años maravillaba a sus maestros; a los 16 se lidiaba con Einsten y resolvía complejísimos problemas matemáticos y se convirtió en profesor de matemáticas a los 22 años (el tiempo que me llevaría a mí evaluar el rescate de la economía española…).
Como muchos científicos de todas las épocas era distraído, obsesivo y excéntrico (yo apenas me obsesiono con mis distracciones y mis excentricidades son imperceptibles), pero a diferencia de la mayoría de sus colegas, murió en la ignominia y la ostracismo.
En enero de 1952 Turing sufrió los mismos cargos por “indencencia grave y perversión sexual” que Oscar Wilde, cuando reconoció su homosexualidad y la justicia le dio a elegir entre la prisión y un tratamiento con estrógeno, concebido tres años antes en uno de los tantos extravíos que ha tenido la ciencia, por el neurocientífico Frederick Golla. Turing eligió el estrógeno. Dos años más tarde, se inclinaría por otra sustancia más letal: el arsénico.
La empleada de la limpieza lo encontró muerto el 8 de junio de 1954. Durante mucho tiempo se especuló con que la manzana que estaba a su lado había sido rociada con arsénico en honor a su película favorita, “Blancanieves y los siete enanitos”. Pero el certificado de post mortem que se encuentra en la muestra del Museo de la Ciencia, descarta esa versión colorida. “En el cuerpo había suficiente arsénico como para llenar un vaso de vino»…
Triste eufemismo para «brindar» por los logros de un genio que con todo su legado, tuvo que morir ignorado y abatido por la humillación de los intolerantes incultos.
A todo esto, sé los metros cúbicos que marca el contador pero con el cánon entre el consumo mímimo, el tramo 1, el tramo 2 y el consumo real, no sé realmente cuánto representa en la dichosa moneda única europea. Pobre de mi si Turing levantara la cabeza.