La noche anterior había estado lloviendo ininterrumpidamente. Aprovechándose de ello, un grupo de saboteadores intentó trastocar nuestros planes para el día siguiente. Mientras uno dejaba sin electricidad la vivienda, simulando que era un fallo ocasionado por el mal tiempo, otro cambiaba la pila que mantenía en hora el despertador en caso de fallos eléctricos por una agotada; así, pretendían que no nos despertáramos a tiempo para ir a trabajar y demás rutina diaria. Pero no contaban con mi capacidad de «despertaje» y vi el reflejo de los dígitos parpadeando contra la pared, a través de mis párpados entrecerrados. Rápidamente, en un impulso propio de un doble 0, salté ágilmente de la cama, me tropecé con las zapatillas, me enredé en la maldita alfombra, me golpeé con el sillón que está a los pies de la cama pero finalmente, pude llegar al estudio antes de desmayarme y conseguí programar el despertador del móvil, que puse bajo la almohada y mantuve el resto de la noche sin soltarlo de la mano que lo aferraba firmemente. Todo porque el Omega que recibimos los agentes 00, hace tiempo que algún malvado lo convirtió en un Seiko y decepcionado, ni lo uso. Cuando tomaba el café al levantarme, me preguntaba con la mirada fija más allá del horizonte, de porqué no me habían atacado mientras dormía. Ya ni quedan villanos buenos, pensé.
Cuando me enteré que Nutz,
el resultado de unos de esos escarceos amorosos con
la espía que me amó que desembocaron en escenas de obligada censura, se apoderó de una de mis contraseñas más personales como código de seguridad para su tarjeta de crédito, supe que en algún momento futuro le sacaría partido a la situación, y le
haría pagar debidamente su osadía. Y ese momento llegó muy pronto. Puesto que mi mayor similitud con los dobles ceros del agente secreto, son los estados de mis cuentas bancarias, siempre llevo los detectores activados, en busca de cualquier
elemento que me sirva para cumplir mis cometidos. Implacablemente, sin titubeos ni remordimientos. Y de repente hoy, descubro su tarjeta, olvidada seguramente por un descuido. Entonces los hechos se precipitaron, como el desenlace de Operación Trueno o antes el de Goldfinger. Me hice con la tarjeta rápidamente. Me conecté a Internet con la intención de adquirir 2 micropases que nos permitieran (a mí y a la espía que me acompaña en estas acciones de campo) para asistir a la cita en el MI6, pero un sabotaje en la red me lo impidió. Con nervios de acero, simulaba que escribía una de mis historias mientras intentaba una y otra vez conectar con el centro de mando. No había manera. Los hackers son cada vez más efectivos. Era un contratiempo inesperado que me hizo recordar a 007 cuando el laser
casi lo corta por ahí. En mis guiones también existe momentos dramáticos, y hace falta mucho temple para superarlos. Tenía que pasar al plan B.
Capítulo III
«Voy a hacer un recado, enseguida vuelvo» exclamé mientras cerraba la puerta tras de mí sin dar opciones a preguntas. Menudo soy yo para responder. Los «píp píp» que emitió el coche al liberar los seguros de las puertas, se desvanecieron rápidamente mezclados con las últimas gotas de lluvia, que se iban a otra parte a cuestas de los nubarrones que se desplazaban hartos de soltar agua toda la noche en el mismo lugar. El sol asomaba decidido pero sin grandes euforias, a tenor del poco calor que desprendía. Siempre hace lo mismo camino al invierno. Y camino que me conduciera a mi destino iba yo. El motor rugió más de incógnito que de costumbre, pero eran mis sentidos, absortos en lo que me traía entre manos que amortiguaban su sonido, porque la aguja del cuentarevoluciones daba brincos alocados y el velocímetro sobrepasaba los límites establecidos. Hice una primer parada en el banco. Entré tranquilamente, hacía rato que había cerrado al público, así que sólo tenía que preocuparme por la cámara de vigilancia junto al cajero automático. Puse la tarjeta en la ranura, tecleé los dígitos de la contraseña y retiré el dinero necesario. Me dí media vuelta y salí como entré, aunque esta vez empujé la puerta, en vez de tirar de ella. La primer parte de la misión estaba hecha. Ya me quedaba menos.
Capítulo IV
Me camuflé entre la poca gente que había a aquella temprana hora de la tarde, delante del contacto que simulaba ser una expendedora de entradas, detrás de unos cristales llenos de pegatinas con la cartelera del día. «Buenas tardes», dijo como sin mirarme; «Hola, 2 para Skyfall», respondí… «A las 16,30?» me preguntó, «No, sobre las 20…»… «20,40» confirmó… Estábamos en onda, habíamos intercambiado las contraseñas. Me pasó los micropases por la ranura del cristal, parecían entradas vulgares y corrientes. Recogí el cambio y marché. Todo había ido sobre ruedas (núnca mejor dicho porque tuve que ir en el Aston Martin, pero
tuneado como un simple Ibiza, para no llamar la atención). Al caer la noche me encontraría con Bond, James Bond.
Capítulo V
007 apareció a la hora prevista pero todo lo que hace a partir de entonces está clasificado como alto secreto, y me comprometí a no desvelarlo. Lo único que puedo decir es que el villano es uno de los mejores con los que se ha enfrentado pero, como a la mayoría, al final lo mata.
1 de noviembre de 2012 @ 09:24
Jajaja tuviste que comentar que al final muere el villano, pues esta noche me ire yo tb a encontrarme con Bond, James Bond
1 de noviembre de 2012 @ 11:16
Algo tenía que desvelar, pero es una información que me sacaron con alguna clase de artilugio moderno, que «Q» todavía no consiguió neutralizar y como 007, también se me nota que pierdo facultades…
1 de noviembre de 2012 @ 16:11
Este es el fin
Contén la respiración y cuenta hasta diez
Siente la tierra moverse y luego
Oye mi corazón estallar otra vez
Deja que el cielo caiga,
cuando este se demorone
Nos pondremos en pie
Lo enfrentaremos todos juntos…
James Bond volverá..